Whistling Straits: el marco de lujo para el cuadro más esperado.

La Ryder Cup es sinónimo de muchísimas cosas. Juego en equipo, emociones al límite, rivalidades extremas y sobre todo, el factor público, que le da un color diferente a un torneo diferente.

Suspendida en 2020 por la pandemia de Covid-19, esta edición será más que esperada por todos los amantes de nuestro querido deporte. Y el escenario no podía quedarse atrás, sumado a la cantidad de condimentos que trae cada uno de los equipos y que fuimos contando en cada una de nuestras entregas en No Está Dada.

La cancha es deslumbrante por donde se la mire. Whistling Straits, una creación del maestro Pete Dye con la colaboración implícita de su mujer Alice, se ubica en el top five de las mejores canchas de Estados Unidos en el ranking que año a año elabora Golf Digest. Ubicada en la orilla occidental del lago Michigan, en el estado de Wisconsin, e inaugurada en 1998 este diseño forma parte de un complejo que nació de la mano del gran arquitecto de Indiana. Dye, en su innovador concepto de crear “stadium courses” como TPC Sawgrass o PGA West, ideó esta cancha para poder albergar grandes eventos; como lo fue por ejemplo el PGA Championship en sus ediciones de 2004, 2010 y 2015, o una Ryder Cup, como es el caso de esta edición. Asimismo, que se juegue acá marca el regreso de la Copa Ryder a una cancha de Pete Dye, desde que Kiawah Island fuera la sede en 1991.

El diseño del campo incluye muchos (pero muchos) condicionantes que harán el torneo, a priori, atractivo al extremo. El primero y quizá más importante es el factor viento. Sople desde donde sople, puede llegar a intimidar y mucho teniendo en cuenta que ocho de los dieciocho hoyos están pegados al lago. Es la verdadera defensa de la cancha y lo que más se estudia previo a diseñar la estrategia de juego.

En segundo lugar, existen más de mil (1.000) bunkers en Whistling Straits. Si bien hay un amplio porcentaje de ellos que no entra en juego, pueden generar muchos dolores de cabeza. Es probable que se aplique el mismo criterio, aún no definido, que en el PGA Championship de Kiawah, donde todo bunker o área de penalidad que estuviera fuera del fairway o alrededor de los greens no fuera considerada como tal, sino como waste area, permitiendo al jugador apoyar el palo o hacer swing de práctica. Sin lugar a dudas y más allá de esta salvedad, será fundamental acertar fairways si se quiere ganar el hoyo.

Y hablando de los fairways, la genialidad de Pete Dye a la hora de idear campos de golf no encuentra excepción en este escenario. El setup de la cancha para la Ryder hará que juegue unas 400 yardas más corta que su máxima extensión posible en cuanto a combinación de tees de sailda y banderas. Un total de 7.390 yardas que implican un promedio que los jugadores están acostumbrados a jugar en el Tour, pero lo cual no la hace ni por asomo más fácil.

El sello del arquitecto está en la dificultad del diseño para acertar los fairways, bajando el nivel de los tees al máximo posible, obligando muchas veces a hacer tiros ciegos y exigentes. Los roughs no parecen estar demasiado penalizantes, o al menos eso se mostró en la previa, pero lo cual no los hace un lugar amigable desde donde pegar.

Desde el hoyo 1 (un par 4 corto de 364 yardas que premia la precisión pero también al pegador largo), pasando por los cuatro pares 3 (el 17, “Pinched Nerve”, es una verdadera obra de arte, con un green en forma de volcán y una bandera que oscila entre las 220 y las 250 yardas, con el lago a la izquierda), será muy entretenido ver cómo los golfistas buscan el tiro perfecto aún en condiciones de presión. Los hoyos 9 y 11 juegan su propio papel, el primero porque tiene un green muy acotado que premia la precisión del approach y mucho peligro alrededor, y el segundo (llamado “The Sand Box”) con peligro por todo el lado derecho, lleno de dunas y ángulos imposibles pensando en hacer 4.

Los pares 4 del 15 y el 18 son dos bestias de más de 500 yardas que implican paciencia, precisión y sobre todo inteligencia y estrategia. Sobre todo el 18, probable escenario de definiciones, con un segundo golpe muy exigente, y el Sevenmile Creek que serpentea en el frente del green.

En suma, una cancha que rememora los links europeos, marcada por la ausencia de árboles y apertura visual, pero que demanda al máximo la pericia de los jugadores. Tendremos emoción asegurada y matches increíbles.

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Manuel Huergo – No Está Dada

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