XANDER Y THE OPEN

Naturaleza y sustancia
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Ser número uno del mundo y ganar campeonatos mayores: un sueño repetido, ordinario entre los deportistas. Hay una diferencia sustancial entre desear, y hacer lo «necesario para». Grillo lo explicaba con su típica franqueza: Xander está decidido en ser el mejor del mundo. Si el chaqueño llegaba a las 9 de la mañana, Schauffele ya estaba hacía dos horas practicando.
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Pero las cosas no son tan simples. Nunca es blanco y negro: «el que más se esfuerza más éxito tiene». No. Se requiere una mezcla perfecta. La alquimia que alcance el perfume del triunfo.
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Xander siempre tuvo una concentración marcial. Un carácter silencioso, paciente, de estirpe oriental, todo herencia materna. Eso lo sabíamos, hace años, cuando era «un gran jugador, muy consistente, PERO…no es ganador».
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Entonces, ¿qué cambió en esa mezcla de circunstancias que crean a un campeón?. Sonará trillado, de cassette, pero todo lo que necesitaba Xander era saber que podía. Pudo en Valhalla, y lo ganó él: nada mejor para la cuenta mental de confianza. Embocó en el hoyo 72, el sueño de todos los que hemos jugado a este deporte.
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Hoy no estaba en Estados Unidos. Lejos de eso, Xander se eternizó en Royal Troon. En un torneo que fue todo lo que queríamos. Un Open que fue más Open que nunca.
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Con viento, lluvia y un campo (casi) demasiado largo, jugó con personalidad y pisó más fuerte que todo el field.
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Su huella quedará en la historia del major forjado por la naturaleza. El que año tras año nos recuerda que el golf no necesita decoración y maquillaje. Los que corrieron las ovejas y pusieron las banderas. El origen de esto que nos vuelve locos.
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65 el día final. Desfiló en el 18. 2do major para Xander Schauffele. Segundo de los últimos tres. Se pone 2° del mundo.
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Que lindo cuando desaparecen los peros. Xander brilla, en silencio, en su estado natural. No necesita nada más. El golf tampoco. El golf brilla.
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