Si hay algo que caracteriza a los Estados Unidos en general, y al deporte americano en particular, es el espíritu de no bajar los brazos ni aún en las circunstancias más adversas. De sacar chapa con el escudo nacional a donde sea que se lo represente. Y sobre todo, de desvivirse por hacer quedar a la camiseta en lo más alto. Similitudes, por caso, con lo que pasa en nuestro país. Pero a una escala totalmente distinta.
La copa Ryder significa para, para todo golfista estadounidense, esa ocasión de darlo todo por sus colores independientemente de dónde se juegue, el contexto en el que se dispute (como pasó en esta edición postergada por el COVID) y con quiénes vaya a compartir team. Y quizá en este último aspecto giró la coyuntura sobre la cual se habló largo y tendido en la previa de la 43° Ryder Cup en la gran Whistling Sraits.
Muchos y muchas hicieron referencia a la falta de un líder emocional y golfístico. Ya sin Mickelson y Tiger, el equipo americano (y sobre todo su capitán Steve Stricker) tuvo que reinventarse en búsqueda de una identidad que le permitiera recuperar la Ryder después de varios años de dominio europeo. Precisamente la última copa en 2018, disputada en Francia, fue prácticamente un paseo para los europeos, y esa espina clavada fue el combustible que Estados Unidos necesitaba para dar vuelta la página y escribir una nueva, llena de gloria.
Justamente desde la falta del líder se construyó el equipo, a priori heterogéneo. Disputas de egos, la famosa pelea entre Bryson DeChambeau y Brooks Koepka (que terminó siendo más para la tribuna que otra cosa), la aparente inexperiencia de los rookies Scottie Scheffler y Collin Morikawa, fueron un combo complejo que el capitán debió administrar y en función del cual tomar decisiones. La primera, sin dudas una de las más trascendentes, fue dejar afuera de la nómina a Patrick Reed. Un jugador netamente de match play, que le dio muchos puntos a Estados Unidos (12 matches jugados, 7 ganados, dos empates y 3 perdidos) pero sobre todo con un espíritu de combate y motivación que quizá en la previa no se visibilizaba en el equipo de Stricker.
Papel que, de una u otra manera, se auto-adjudicó Justin Thomas. El joven pero consagrado talento americano es el símbolo de la cohesión y diálogo entre las estrellas, muy amigo de varios y compinche de otros, y además con un divertido (y activo) perfil mediático que humanizó al resto del equipo. No solamente desde lo anímico fue fundamental, sino que siempre supo que si el juego de los principales referentes aparecía (DJ, Spieth), el team americano sería más favorito aún de lo que era en la previa.
Una vez que llegó la hora de la verdad, las especulaciones se transformaron en certezas, y lo que siguió es historia conocida. Duplas que jugaron muy bien juntas (DJ y Morikawa, Scheffler y DeChambeau) y los más grandes sacándole presión a los más chicos. Cada miembro del equipo encontró la solidez que necesitaba nutriéndose del juego del compañero, y viceversa. Más allá de las actuaciones individuales, obviamente. Xander Schauffele, pese a perder su partido del domingo con Rory, tuvo una gran copa. El medallista de oro olímpico sacó a relucir su chapa cuando se lo necesitó (ganó 3 de 4 puntos disputados) y su juego está cada vez más en alza. Misma situación para el mejor jugador de la temporada 20-21 Patrick Cantlay (3 puntos y medio sobre 4). Yendo a los «enemistados» Brooks y Bryson, ambos fueron de menor a mayor, y cerraron con buenas actuaciones el domingo. DeChambeau tuvo su propio show personal, tirándole al green en el par 5 del hoyo 5 (la dejó a 70 yardas del hoyo) y al green del 1 en el día final (hizo águila embocando el putt desde más de 40 pies).
En suma, fue una actuación homogénea dentro de un grupo heterogéneo. Desde ya que los resultados y la conclusión más obvia indican que el futuro de este equipo está asegurado, con un promedio de edad de 29 años. Muchos jugadores integrantes del team USA tienen, como mínimo, 5 copas Ryder más por jugar. Las jóvenes promesas dejaron de serlo para convertirse en realidades, tal es el caso de Morikawa y Scheffler. Y los jugadores consagrados siempre cumplen un rol imprescindible como sostén de los novatos.
El camino a Roma 2023, donde se jugará la próxima edición de la Ryder, dejó la certeza que Estados Unidos tiene equipo. Con el apoyo espiritual de Tiger Woods, en plena recuperación, el team demostró que está para darle muchas más alegrías al pueblo golfístico americano, de ratificar lo que se revivió este fin de semana en Wisconsin: el «american dream» está intacto.
Manuel Huergo para No Está Dada.