Luego de un año de espera, producto de la postergación de la totalidad de los Juegos Olímpicos de Tokio a causa de la pandemia de COVID, finalmente nos encontramos de nuevo con estas dos semanas a puro deporte que tanto cautivan al mundo.
Por segunda edición consecutiva, el golf estuvo presente como disciplina, y parece que llegó para quedarse. Un muy entretenido fin de semana en una cancha realmente impecable: Kasumigaseki CC tuvo una preparación perfecta para estar a la altura de las circunstancias. La gran renovación que llevó a cabo Tom Fazio se tradujo en un campo divertido, largo y exigente.
Xander Schauffele se llevó la medalla de oro en una actuación para los libros, jugando un golf muy sólido. La gran sorpresa (o no tanto) fue la ronda de 61 golpes de Rory Sabbatini el día final, que lo catapultó al segundo lugar en soledad y le dio la presea de plata a Eslovaquia. En cuanto a la medalla de bronce, tuvimos un playoff de antología. Siete jugadores empatados en el tercer lugar forzaron un desempate a muerte súbita en donde pasó de todo (C.T. Pan resultó el acreedor de la medalla), pero principalmente se pudo observar el tremendo nivel de los latinos, especialmente Mito Pereira y Sebastián Muñoz, que la pelearon hasta donde pudieron.
En cuanto al formato, está claro que si bien jugar stroke play resulta el formato más «justo» para los sesenta jugadores del field, ya que se aseguran estar los cuatro días de la competencia, esto desnaturaliza un poco el juego por equipos o por países que el mismo certamen plantea desde su génesis. Vale decir, el ganador es uno solo, la medalla parece ser algo más personal que representativo, ya que un máximo de cuatro jugadores por país tiene derecho a competir por criterio de ranking. Entonces, desde el punto de vista de competición, no importa si cuatro jugadores de un mismo país han jugado bien y terminado primeros: la medalla es para uno solo. También podría pasar (aunque más difícil de imaginar) que un jugador saque una ventaja irremontable respecto del resto, lo cual haría el espectáculo un tanto monótono.
En este sentido, y sumando lo atractivo que podría ser para el espectador y el jugador mismo, toma fuerza la posibilidad de convertir la disputa en un match play o bien generar un formato mixto. Por ejemplo, que los dos primeros días se juegue por golpes y sábado y domingo, por equipos y por hoyos, ya con eliminación directa del contricante, en el clásico esquema «octavos-cuartos-semis-final», eligiendo las parejas de acuerdo al score que hayan anotado en los días previos. Esto, por supuesto, sería viable introduciendo una cantidad equitativa entre los países participantes de la competencia.
El golf jugado en match play generalmente, o casi siempre, resulta ser más entretenido que el juego por golpes. Ya que entran en juego otros factores, como ser el juego en equipo, la estrategia, el factor del juego del rival y sus errores, etcétera. Y básicamente porque es el formato elegido para las grandes competencias internacionales por países, como lo son la Ryder Cup y la President’s Cup.
Ahora bien, quedó demostrado que el golf en esta edición olímpica no estuvo exento de emociones, como pasó el domingo con el playoff por la medalla de bronce. Lo cual no obsta que el Comité Olímpico Internacional considere, junto con la IGF, introducir un cambio progresivo para los juegos de París 2024.
En tiempos donde la atracción hacia el televidente es primordial, no sería descabellado pensar en un cambio en el sentido expuesto previamente. Lo más importante es seguir pudiendo disfrutar de este gran deporte en tan alto nivel.
Por Manuel Huergo – No Está Dada.