Muchas veces se habla en el golf, y más en el PGA Tour, de jugadores que están «en boca de todos» o «en la mira». Bueno, en la temporada 2018-2019 fue el caso de Cameron Champ. Oriundo de Sacramento, California, este joven de 26 años (nació en junio de 1995) empezó a descollar en los torneos del Korn Ferry Tour (entonces Web.com) y tras haber ganado su tarjeta para la máxima categoría, los ojos del golf se pusieron en él por dos razones principales.
La primera, su swing. Una potencia descomunal combinada con un estilo vistoso ya le aseguraban resultados favorables. El hombre podía pegar tranquilamente entre 15 y 20 yardas más que el promedio del field sin moverse de su eje ni realizar esfuerzos extra. Y esto no solo le daba cierta ventaja, pero además lo motivaba torneo a torneo en búsqueda de su primera victoria en el Tour.
La segunda, su origen y su humildad. Champ es descendiente de afroamericanos; su abuelo Mack fue veterano de guerra de Vietnam y dejó la vara muy alta para las generaciones venideras. Fue asimismo su abuelo quien lo introdujo en el mundo del golf, siendo Cameron un chico de apenas 2 años. Creció jugando en una canchita de par 3, y una frase de Mack le quedó grabada para siempre y marcaría su carrera: «No se trata de tu origen o de dónde venís, sino a dónde te querés dirigir». Con esta premisa, empezó a jugar hasta profesionalizarse y llegar a lo más alto del golf mundial.
Y el éxito llegó, después del esfuerzo y la constancia. Jugó su primer major a los 22 años en 2017, el US Open en Erin Hills, donde firmó un muy aceptable 32° puesto tras hacer 288 golpes. Llegó, simultáneamente, al Web.com Tour y ganó allí un solo torneo, el Utah Championship. Pero los buenos resultados le valieron el ascenso al Tour y con la tarjeta en su poder, las ilusiones empezaban a cristalizarse. En octubre de 2019 llegó la consagración y la confirmación de que su juego le auguraba un futuro más que prometedor: ganó el Sanderson Farms Championship con un score de -21 y jugando un gran golf. Tuvo también otro top ten (RSM Classic) y apuntó todos los cañones a una temporada 19/20, teniendo por delante el Masters, el Players, entre otros.
Pero el COVID tuvo otros planes. Se canceló el Players, se postergó el Masters, no hubo golf durante dos meses en Estados Unidos y el bueno de Cameron tuvo que esperar para pisar esas canchas que soñó desde chico. Junto con el parate del golf, él tuvo varias dudas con su juego. Los resultados eran dispares: parecía caerse en los torneos importantes. Como punto alto, en agosto de 2020 firmó un top 10 en TPC Harding Park (PGA Championship), pero no pasó el corte en Riviera, Bay Hill, Memorial, entre otros, es decir en los torneos que dan puntos grandes. Hasta que en septiembre se le dio su segundo triunfo en la tierra americana del vino: Napa. Allí donde alguna vez ganó Emiliano Grillo. Se llevó el torneo con una tarjeta de 271 golpes (-17), y pareció que una vez más su carrera iba a despegar.
Sin embargo, alternaba buenas y malas, y los fantasmas (inconsistencia, falta de confianza) le volvieron a jugar en contra: en la temporada 20/21 no pasó el corte en Winged Foot (US Open), Bay Hill, Kiawah (PGA Championship), el Players, entre otros; también abandonó en Memorial por dolores en su espalda. Todo parecía incierto para Champ después de fallar dos cortes más (US Open en Torrey Pines y en Detroit, por el Rocket Mortgage Classic) hasta que un puesto 11 en el John Deere Classic lo envalentonó y le hizo acordar que podía dar más.
Y esta semana, en Minneapolis, pareció volver a ser el que nos asombró todos hace un par de años. Sólido de tee a green, con mucha confianza en su drive, y eficiente arriba del green. Se llevó el trofeo con 269 golpes (-15). Habrá que ver si este tercer título le da ese empujón final que le falta para confiar definitivamente en su juego y en todo su potencial, y empezar a escribir historia grande en los majors.
Las bases están sentadas para que gane todo lo que se proponga.