La cuestión de Mickelson: una estrella que lucha por seguir brillando...
Cuando allá por mediados/fines de 2020 se empezaba a pergeñar la idea de armar un Tour paralelo inyectado por capitales saudíes, el público en general estaba en otra cosa: el golf volvía luego de la cuarentena estricta por la pandemia; Dustin Johnson se ponía el saco verde en Augusta y Tiger jugaba el PNC Championship con su hijo Charlie, sin siquiera imaginarse el calvario que viviría con su accidente automovilístico.
Mientras tanto, otro hito se cocinaba a fuego lento. El eterno Phil Mickelson daba la nota con su renovada velocidad de swing, pegando más bombas que nunca. Se lo veía muy en forma, enfocado, y decidido a dejar una de sus huellas típicas que luego son buscadas a lo largo y a lo ancho del mundo del golf por Youtube.
La mayor de esas bombas llegó en mayo de 2021, en Kiawah Island, ese demonio de 18 hoyos diseñado por Pete Dye. A los 50 años y once meses, se convirtió en el jugador más veterano en conseguir un major. Se llevó el PGA Championship, pero más allá de la copa, accedió a muchas cosas más: otra vez los flashes posados sobre él, la eterna bendición de los sponsors, publicidades, reels, y un largo etcétera.
Su objetivo inmediatamente posterior era claro: seguir ahí arriba, y qué mejor manera de hacerlo que ganando dinero fresco. La zanahoria era el primer lugar en el famoso «Player Impact Program» o PIP, un engendro de marketing ideado por el PGA Tour para que los jugadores interactúen en las redes y medios con el público, sin importar su desempeño golfístico. El ganador quedaba con la billetera llena de dólares, ocho millones para ser exactos.
Y Phil lo buscó y buscó. Empezó a llenar el feed de todas las redes de sus fanáticos con videos divertidos, swings, bombas. Pero la noticia siempre está al orden del día. La novedad y la primicia siempre pagan más. Sin quererlo, sin siquiera imaginarlo, su rival de toda la vida, esa némesis mitad naturalizada por él y mitad construida por el público, le arrebató todo en un segundo.
Tiger Woods fue noticia todo el 2021 por su lamentable accidente. Poco y nada se sabía de su recuperación más allá de algunos trascendidos y algún lógico «humo» de la prensa amarilla del golf. Hasta que el tigre lo hizo de nuevo. Subió un video en Instagram haciendo un swing con un hierro corto y dos palabras. Dos. «Making Progress» (progresando, avanzando). Ese video de menos de 10 segundos se replicó hasta lo imposible por todas las redes de golf del mundo, desde cuentas especializadas hasta sitios de fanáticos, y se reprodujo en loop hasta el hartazgo. Todos hablaban de lo mismo. Tiger podía volver y no era utópico pensarlo. Y sin quererlo, como se dijo, desbancó a su rival. Se llevó el PIP, ese gordo de navidad del marketing… sin pegar un solo tiro televisado durante todo el año.
Con el orgullo herido quizás, o buscando la forma de volver al primer plano, la idea de juntar más plata sedujo a Phil. Y esa -por entonces- ignota Liga Saudí comenzó a tomar más forma para su objetivo. Se sabía que algunos jugadores veían con buenos ojos migrar del PGA Tour en busca de mayores logros económicos. La ecuación parecía simple: a menor cantidad de jugadores, y mayor cantidad de «superestrellas», el reparto era más jugoso. Juegan menos, pagan más. Todo cerraba.
Hasta que llegó de vuelta el cachetazo. Ya en 2022, a mediados de febrero, se filtró una entrevista de Mickelson con polémicas declaraciones, básicamente poniendo un interés puramente monetario por sobre (y pretendiendo soslayar) las flagrantes violaciones a los derechos humanos que se suceden a diario en muchos países árabes. Apenas se supo de sus palabras, sufrió la cancelación inmediata de dos de sus más importantes sponsors: KPMG y Amstel lo abandonaron y Callaway decidió suspender indefinidamente su contrato.
Phil vio cómo se desmoronaba su calidad-carisma mediática; tuvo que salir apresuradamente a pedir disculpas, pero el daño ya estaba hecho. El zurdo se estaba quedando solo en su afán por demostrarle al PGA Tour que se podían hacer las cosas de una manera distinta. Se llegó a rumorear que iban a suspenderlo preventivamente en los torneos americanos, pero nunca se confirmó oficialmente. No obstante, él eligió desaparecer de la escena para evitar mayores dramas. Su último torneo oficial fue en Torrey Pines (enero, antes de la tormenta) donde no pasó el corte. Tampoco se presentó a jugar el Masters, al cual está invitado de por vida, y cuya organización tampoco se expidió sobre su caso.
Finalmente llegamos a mayo, y con él una noticia que dio que hablar: Mickelson y Tiger, anotados en el field preliminar del PGA Championship en Southern Hills. Los dos buscando objetivos totalmente diferentes. En el caso del Tigre, volver a ser golfísticamente y físicamente, y demostrar que está para varios años más de competencia.
Phil, por el contrario, necesita distraer la atención y poner el foco en su golf. Saldrá a defender el título conseguido en Georgia el año pasado, en lo que parece una gesta conseguida siglos atrás. Es -o se vislumbra -imposible que la prensa especializada y los programas de talk-show golfístico no hagan leña del árbol caído y estudien al zurdo desde un punto de vista totalmente extradeportivo. Se habló muchísimo en este último tiempo de las deudas que contrajo Mickelson a raíz de una supuesta adicción al juego. No sorprendería, entonces, que vean este intento de comeback como una «limpieza de nombre» más que una revancha personal en su juego y en su persistencia por permanecer en la elite de un deporte que penaliza la inactividad.
Veremos cuál es el resultado de una ecuación tan compleja. Si Phil logra despejar la incógnita, será otra historia más para escribir a partir de entonces.
Gracias por acompañarnos siempre acá, en el lugar para los fanáticos del golf…
Por Manu Huergo